La Edad Gigabit
Los sucesivos progresos en el ancho de banda para la conexión digital siguen condicionando las innovaciones en todo tipo de sectores y actividades
En la era de la telepresencia vívida se intensificarán las interacciones virtuales. Así, se podrá gozar de la mayoría de las ventajas que proporcionan las reuniones cara a cara, pero sin que los participantes en estas sesiones tengan que desplazarse. La expresión “estar juntos” cobrará un nuevo sentido.
Lo mismo sucederá con lo “real”, puesto que los avances en la denominada realidad aumentada –combinación de elementos físicos y virtuales gracias al concurso de la tecnología– lograrán que sus hallazgos resulten incluso más verosímiles que el entorno natural, tanto en los juegos como en aplicaciones aparentemente más serias.
La vida transcurrirá en un modo “siempre activo” porque el vínculo entre las personas y las máquinas será más estrecho que en la actualidad y, a su vez, abarcará nuevas áreas: desde la gestión previa del tiempo –a la manera de una agenda infalible– hasta el registro automático de las actividades llevadas a cabo –life-logging–.
Sectores como la sanidad o la educación se verán especialmente beneficiados. No obstante, será prácticamente inevitable que, en paralelo, se abran brechas digitales más profundas que las que ya castigan hoy a numerosos colectivos que, por razones económicas y culturales, no disponen de las mismas oportunidades que la población de los países más desarrollados.
¿Y cuándo pasará todo eso? Lo cierto es que la mitad de estas predicciones se está materializando ahora mismo. Es decir, depende de la ciencia, no de la ficción. Muchas otras, en cambio, no se plasmarán hasta que no se consolide la conectividad Gigabit. Al menos, esta es la opinión de nueve de cada diez expertos entrevistados en el marco de un proyecto planteado por el Pew Research Institute con el año 2025 en el horizonte.
En este trabajo, en el que se ha contado con la colaboración de 1.464 profesionales de prestigio, se han trascendido los límites que dibujan los conceptos más afortunados de las últimas temporadas: internet de las cosas –o sea, el enlace directo de multitud de objetos cotidianos con la red–, wearables –aparatos que se incorporan en alguna parte del cuerpo para interactuar con el usuario u otros dispositivos– y demás.
La profesora de la Universidad de California-Berkeley Marti Hearst lo resume con tino: “Estas ideas no son inéditas, sin embargo, funcionarán como es debido si les da un ancho de banda suficiente”. Se refiere a una reunión o a una cena con acompañantes que en ambos casos están a miles de kilómetros. También a una intervención quirúrgica o a una clase de tenis que se desarrollan con normalidad en las mismas circunstancias, con el equipo médico y el profesor separados respectivamente del paciente y el alumno por una gran distancia.
Otro reputado docente, Jason Hong, de la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh, augura que se ahorrará tiempo y que mejorarán la explotación de los datos, las operaciones en la nube, el control robótico y la calidad del audio y el vídeo. Además, aventura que aparecerán formas de entretenimiento vinculadas a medios sociales aun por inventar.
David Weinberg, de la Universidad de Harvard, centra su atención en la eventual proliferación de “cursos online abiertos”. No en vano los sucesivos adelantos en el ancho de banda han facilitado históricamente las innovaciones en clave digital: correo electrónico, páginas web, intercambio de archivos pesados, transmisión audiovisual, redes sociales y geolocalización, etcétera.
Sea como fuere, los responsables del proveedor de servicios de cloud computing Akami calculan que la velocidad media de conexión global en 2014 fue de 3,9 megabits de información por segundo (Mbps), con honrosas excepciones como los 23,6 Mbps de Corea del Sur, más del doble de la potencia en Estados Unidos (10,5). Pues bien, con la Era del Gigabit, como su nombre indica, estaríamos hablando de 1.000 Mbps.
Estas redes ya están al alcance de determinados actores de la comunidad científica. Pero la revolución llegaría con su extensión al gran público. Gigantes tecnológicos como Google, Verizon o AT&T están contribuyendo a alimentar este proceso –a veces enfrentándose entre sí, en ocasiones mediante colaboraciones varias–, aunque hay analistas que echan de menos una competencia más dura que acelere la investigación.
La utilidad del estudio elaborado por el instituto Pew es notable, tanto por la profundidad de las respuestas más esmeradas y detalladas, como por la sinceridad de unos participantes que, ante las cuestiones más comprometidas, no han dudado en contestar: “No tengo ni idea” o “Si lo supiese, no te lo diría, ¡preferiría invertir en ello!”.
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