CORRIENDO UN MBA (y 3).

Querido lector. El pasado domingo 29 de Julio corrí el Maratón de San Francisco. Experiencia extraordinaria para alguien que corre una prueba así por primera vez en su vida. Empezamos a correr a las cinco y media de la mañana. Ya sé, quizá usted dirá: ¡Hay que tener ganas! No me otorgo el mérito. Éste es todo para mis ángeles que, a costa de horas de sueño, me acompañaron para darme ánimos en esta locura mía. A las cuatro de la mañana, donde mejor se está es en la piltra, no llevando al Roberto a San Francisco para correr. Los americanos son los reyes del espectáculo. Se echan a la calle con sus banderas gritando como si cada corredor fuese su primo. La organización y control de tráfico corre a cargo de cientos de moteros de Harley Davidson, con sus chupas y sus barbas. Parecía que cientos de clones de los ZZ Top se habían desplegado por la ciudad. Cada dos kilómetros, una banda de rock marca el ritmo. Y por supuesto, correr por el Golden Gate Bridge, atravesando la bruma que cubre la bahía de San Francisco es algo inolvidable que hay que vivir. Dan ganas de llorar de emoción. Lo hice faltando todavía dos millas para llegar. Como un niño. Sin embargo, con lo que me quedo sin lugar a dudas es con el cariño, la atención y el mimo de mis compañeros. En estos días de convivencia en el SMC he recibido continuas muestras de afecto de los colegas, interesándose por cómo estaba y qué sensaciones tenía. Absolutamente todos. Estamos lejos de casa, y la convivencia es compleja y no siempre fácil, pero esa muestra de que en el fondo la gente es buena, te reconcilia con la condición humana.

Por todo ello, esa medalla que un día me gané corriendo por las calles de San Francisco es mucho más que un trozo de hierro colgado gracias al aprecio y cariño de mis compañeros. Entrené durante seis meses para llegar a la meta, pero con vuestro ánimo ya me daba por satisfecho. Muchas gracias.